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jueves, 17 de agosto de 2017

Paraísos infantiles, no aldea

Aquello fue lo más parecido a una aldea que yo conocí. Su pozo viejo donde se vertía el escombro y donde una vez nos apareció una serpiente. El pozo con caseta donde aparecían mil objetos alucinantes de viejos primos rusos, placas de dentista, material sanitario, rastrillos, herramientas. Un verdadero museo etnográfico y de historia de la familia. Y el pozo nuevo con su bomba, su brocal, su polea y rodeado de una extraña tierra blanca producto de la excavación.Sus rosales salvajes, sus acacias, su pequeña playa ficticia hecha con arena del Vao cuando aún no estaba prohibido.Allí se podían construír cabañas, esconder pequeños tesoros e incluso bajar a aquel río fangoso donde alguno pescó camarón. La yuca rebelde que tu prima plantó y que aún luce esplendorosa a pesar de los intentos de robo. Sus raíces deben llegar allí a orillas del río al lado de las de los eucaliptos que tu abuelo plantó.

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