A ella le gustaba leer mucho y bueno. Y a él le gustaba escribir mucho y bien. Ella pisaba palacios, le hacían los discursos aunque luego los cambiaba. Él pisaba redacciones y todo tipo de antros, pero sobre todo la calle, a veces el bus y el metro; algo a lo que ella ya no tenía acceso.
Él podía tomarse una caña o un tercio en las escaleras de una plaza; ella sólo podía simular que bebía una copa de cristal de Bohemia pero sin beber para que no le hiciesen la foto y no la pudiesen criticar.
En esencia eran muy parecidos: letraheridos, bohemios y excesivos. Él podía hacerlo a las claras y sin preocuparse por quien le viera. Bueno últimamente no tanto, algunos energúmenos lo habían criticado en internet. La envidia, ese gran motor de la humanidad. Menos mal que casi nadie les hizo caso, es lo que tienen los genios, un amargado de quinta mano no los puede dañar. A ellos sobre todo a ellos en masculino todo se les perdona.
A ella también le gustaba la calle y la chusma en el mejor sentido de la palabra. La vida real de la que ella procedía, donde había luces y sombras, donde el sol quemaba y la lluvia mojaba.
Desde hacía veinte años no sentía el placer de dejarse quemar al sol sin que nadie se preocupase o dejarse mojar por la lluvia sin que nadie la tapase.
Por eso ocurrió aquello y quizás muchas cosas más. Porque no era tan difícil hackear a una reina que estaba muy aburrida de su jaula de oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario