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sábado, 17 de octubre de 2015

Manolito Rancales

Tuvo que morir mi madre para enterarme de que lo tuyo no era un apellido, sino un mote. Y me da igual habértelo dichoa la cara, aunque me dijeras que no eras tú. Perteneces a una casta o estirpe de impresentables que aún existe en nuestros días, pero que en los 50 desarrollaba sus perversiones con impunidad y alegría. Trabajaba en una de las conserveras de Beiramar y tenía capacidad para contratar operarias o rescindirles el contrato. Eran chicas muy jóvenes, a veces madres solteras, o con grandes cargas familiares.Muchas huían de la pobreza o de la miseria, y necesitaban aquel trabajo a cualquier precio. Y el precio a veces era muy caro para ellas,aunque no se trataba de dinero. Las acosaba sexualmente y a veces conseguía su objetivo incluso entre las naves de aquella fábrica centenaria.Allí muchos lo sabían, o quizás muchas y nadie hizo nada.A lo mejor hubieran actuado antes si lo primero que hubiera hechono hubiese sido abusar de las chicas si no robar la tecnología de la fábrica para montar luego su propia empresa. Por eso no me importa nada haberle dicho a la puta cara: "tú eres Rancales", el cerdo que contrataba a las operarias,tú sabes a cambio de qué... (Claro que con las omisiones oportunas de la poca educación que me queda y los restos de mala hostia). Y bien sabe Dios qué a gusto quedé por hacerles algo de justicia a aquellas pobres chicas de los cincuenta que fueron compañeras de trabajo de nuestras madres y nuestras abuelas. Ojalá esta historia no se estuviera repitiendo ahora en ninguna parte del mundo, porque es muy antigua.