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sábado, 7 de diciembre de 2013
Un festivo en Oporto
Los "arraianos" gallegos y portugueses solemos tener la mala costumbre de ir a pasar los festivos nacionales, al otro lado de la frontera.
Por eso ayer, por primera vez en mi vida fui semiaterrorizada a pasar el festivo a Oporto con Cris Hipocrática.
Quizás la crisis, quizás "las portagems" ahora también en las autovías, o quizás el efecto Ikea, hizo de nuestro paseo por Porto una deliciosa experiencia.
Había gente, pero no demasiada,y algunos españoles pero la ciudad no estaba saturada. Fuimos por autopista y no nos costó más allá de 8 euros y medio el peaje.
Nada más llegar, en el primer semáforo nos pasaron una octavilla de la campaña navideña del Corte Inglés, "cómo cambiou o conto!" lo que faltaba ir a Portugal al Corte Inglés.
Hicimos también una parada en la Foz para ver cómo el Douro descarga su caudal en el Atlántico. Las grandes avenidas con casas suntuosas próximas al mar, llamaron nuestra atención, así como los indicadores a la Fundación Serralves.
Aparcamos en un circular y mareante párquing próximo a la bolsa, adonde no pudimos acceder porque había algún evento. Tras dos horas y media de carretera repostamos energía en un sencillo cafetín próximo a un restaurante centenario.
El paseo al lado del Duero es una maravilla bajo el sol de invierno; tanto en el lado portuense como en el de Gaia, jalonado de accesos a bodegas como Sandeman, Cálem o Ramos-Pinto que se pueden visitar. Sorprende el buen estado de los barcos rabelos de reminiscencias nórdicas. Con sus barricas a bordo y su remo único.
Desde Gaia Porto luce mejor y desde ambos lados luce majestuoso el puente de don Luis I.
Seguro que mientras muchos vigueses comían sus albóndigas equinas en Ikea, nosotros pudimos comer tranquilamente en uno de esos restaurantes acristalados con vistas al río, en la terraza.
Portugal ya no es lo que era y el pan lo tuvimos que pedir, tampoco nos pusieron mantequilla by the face como acostumbraban, pero el bacalao, la pasta y la sopa estaban buenos y el precio fue asequible para estar en primera línea de un enclave turístico.
Oporto parece por calles París y por otras Londres, tiene un aire europeo, quizá más que España, y apenas notamos la pobreza que parece que atenaza a ese país. Aunque la ribera sigue teniendo un aire decadente, y los portugueses siguen tendiendo al sol. Quizás hagan como en Venecia y Nápoles que no quieren arreglar porque parte de su encanto es esa eterna deconstrucción.
La explanada de la catedral tiene unas vistas alucinantes sobre la ciudad, aunque su belleza (la de la catedral) es escasa; recuerda a la catedral fortaleza de Tui,aunque es más bella la gallega. Su recoleto claustro con su cruceiro y sus fondos de casullas históricas, custodias, y esculturas religiosas son una maravilla, compensa entrar. Aquí sería feliz Manolo el electricista porque apenas hay vigilancia.
La estación ferroviaria de San Bento recuerda en su fachada al Ayuntamiento de París y en su interior a la Grand Central Terminal de Nueva York, salvando las distancias, pero es de visita obligada.
También regia nos pareció La torre de los Clérigos, de gran belleza y elegancia, presidida por una magnífica escultura de San Miguel Arcángel. Del siglo XVIII esta torre con su iglesia fue construída por el arquitecto italiano Nicolau Nasoni, que dejó su impronta en buena parte de las construcciones de la ciudad.
Nos gustaron también el exterior del Centro Portugués de fotografía, la avenida de los Aliados, esa deliciosa estatua al vendedor de periódicos :"O ardina". En Vigo también tenemos la nuestra ( la del siempre malhumorado Castro).
Sin embargo hay algo que por sí sólo ya merece la pena este viaje y eso es "la librería Lello". Entrar en Lello es una experiencia estética conmovedora. Pareces estar en una capilla británica de hace siglos,en la biblioteca de un college, en un ambiente mágico, que ojalá no desaparezca nunca.
Cuesta pensar ahora que ya nadie compra libros, que alguien ideó aquel templo tan sólo para vender libros, pero parece que fue así. También en Buenos Aires tratan a los libros como santos y crearon catedrales parecidas para ellos; cuenta una leyenda que no he podido confirmar que los libros de J K Rowling se inspiraron en este escenario.
Para completar nuestra visita quisimos ir a el café Brasileira, aunque nuestras guías ya nos decían que el mágico lugar estaba ahora regentado por la franquicia sin alma Café di Roma;la verdad es que hay gente que no las piensa... actualmente, y quizá gracias a Dios está en obras, a ver si la crisis le deja escapar de las garras del mercado y gestiona aquello algún buen maestro cafetero de los que hay cien mil en Portugal.
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