El día del funeral del capitán el sol caía a plomo sobre la plaza De la Iglesia. Tanto que el resplandor iba deslumbrando a los que iban saliendo al atrio.
Había mucha gente, la iglesia llena, a pesar de la hora temprana, de aquel calor y de aquella esquela huérfana, sin apellidos, casi de tapadillo, sin empresas como queriendo jugar al despiste. Aún así la iglesia se llenó, que quizá no tenga mucho mérito cuando la mitad de ellos eran de la misma familia. Uno de sus socios.
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