A Obdulia siempre le pareció absurdo el comportamiento de P aquellos días. La obstinación por limpiar cuando nunca le había importado.
El cambio de mantas y de edredón que también se los dio a lavar aunque ella se dio cuenta de que ya habían sido lavadas, olían a otro suavizante, concretamente el que había en la casa de la madre de P.
También le hizo lavar comcienzudamente el arcón nuevo que tenía vacío; cosa que le extrañó aún más.
Aquel chico estaba totalmente desquiciado. Al final acabó regalándoselo todo. Algo que empezó a entender cuando tuvo que dejar la casa por aquel otro incidente. Fue entonces cuando todas las piezas le empezaron a cuadrar.
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